Una de las imágenes más extraordinarias que los seguidores rojos inmortalizamos de la Selección Argentina es, al mismo tiempo, parte de un contexto de sensaciones distantes para los dos protagonistas de la misma. Ricardo Enrique Bochini y Diego Armando Maradona. Dos extraterrestres compartiendo una porción de césped en nuestro planeta tierra. La excusa no era un encuentro ocasional o un partido benéfico. Las amistades corrían por otra parte: El sitio era la semifinal de una Copa del Mundo, un escenario en donde la línea entre visualizar la gloria y olvidar la existencia de la misma era delgada cual hilo de sabana.

REB y DAM compartieron campo de juego en el cotejo frente a Bélgica, durante la Copa del Mundo de México 1986. Fueron dos minutos, suficientes para tirar una pared e inmortalizar una frase histórica: “Pase Maestro, lo estábamos esperando”, deslizada de un enamorado Maradona hacia un ingresante Bocha, quien piso la cancha por primera vez en dicha competición, tomando el relevo de nada más y nada menos que Jorge Burruchaga. El Estadio Azteca se tornó en el infierno por algunos momentos.

En dicho torneo, la comparación entre Maradona y Bochini dejan un abismo entre sí. Y es la propia leyenda rojaquien en un principio pareció dejarlo en aquellos términos: “Yo no soy campeón, yo no jugué nunca” le dijo en voz baja a Carlos Ferraro, periodista de La Nación, cuando este le preguntó por la quietud del jugador en los festejos post consagración. A Bochini le costaba asemejarse como parte de dicho plantel, eclipsado, claro, por la épica maradoniana, las vivencias del entrenador Carlos Bilardo y el gol triunfante de Burruchaga en el encuentro con los alemanes.

El paso del tiempo, sin embargo, le otorgó a Bochini perspectivas más suaves en torno a dicha cita mundialista. Declararía en una entrevista que las mieles obtenidas en México no eran ajenas a él. Al contrario, lo regodeaban de felicidad: “Yo lo festejaba a mi manera, soy muy tranquilo, no soy de exteriorizar, lo guardo para adentro. Pero siempre quise ser campeón, con Independiente, con la selección. Hay jugadores que celebran a su manera y yo lo vivo por dentro. Estaba muy contento, cuando volvimos al país la gente estaba feliz. Éramos campeones del mundo, sabía que eso perduraría por siempre, la medalla es un recuerdo para toda la vida.”

Y no podemos pasar por alto que el astro que brilló de forma inigualable en aquel Mundial, el propio Diego, se rindió a los pies de Bochini cuando este apareció en el once durante aquel encuentro por semis: “Cuando vi que entraba Bochini, me pareció que tocaba el cielo con las manos, por eso lo primero que hice fue tirar una pared con él. En ese momento sentí que estaba tirando una pared con Dios” deslizó El Die, conmovido por su presencia como si fuese un hincha de Independiente más. Quizá, por esos dos minutos, de hecho lo fue.

¿Qué recuerdos tenés de Bochini –junto a Néstor Clausen, el último jugador de Independiente campeón del mundo– durante la campaña del 86’? ¿Qué lectura hacés de sus días como parte de aquel plantel, y por qué creés que no tuvo las oportunidades que merecía en el seleccionado?

 

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