Es un tanto curioso el múltiple uso que le damos cotidianamente a la palabra “final”. Tenemos finales de temporada. Exámenes finales. Fiestas de fin de curso. Finalización de horario apto para todo público. Fin de año. Fin del mundo. Todos estos términos coinciden en algo: La interrupción definitiva de las circunstancias tal como venían dadas. Un escenario al cual estábamos acostumbrados afronta una etapa definitiva como transición para dispersarse en recuerdos y memoria. Nada será igual una vez que lo final se consume, como último rastro de una historia que protagonizamos. Algo que solía ocurrir, ya no ocurrirá más.
Estamos cronológicamente situados en una fase del año donde la palabra “final” es material cotidiano. Los árboles de navidad exhibiéndose en los calurosos livings de los hogares nos sitúan en vísperas de las fiestas de fin de año. Planchá la camisa, que hoy es la fiesta de fin de año del laburo. El 2017 ya tiene más de recuerdo que de futuro, su fin es próximo y pronto nos embarcaremos en una nueva porción del calendario.
Pero el final que a nosotros nos importa, combustible de nuestro insomnio, es la final de la Copa Sudamericana. La cita que tenemos en el Maracaná para quedar en la historia de aquí en la eternidad. La posibilidad de ser campeones. Pero ante todo, y lo que más me estruja el pecho al escribir estas líneas: El ser testigo de un grupo valiente que, genuinamente, merece esa copa. Y merece esa alegría inmensa que solo el abrazo victorioso con un par sabe dar.
Somos hinchas del Club Atlético Independiente. Conocemos el paraíso pero no le tememos al infierno: Vivimos en él. Nos ha tocado tragar ceniza. Hoy podemos olfatear el aroma a elixir. El próximo miércoles nuestros nervios, nuestra sed de victoria, nuestra pasión desbordada, nos orientarán hacia un rincón de la existencia, para alentar. Del minuto 0 hasta el último respiro. Como el tiburón que no deja de cazar, nosotros no dejaremos de dar aliento. En la cancha algunos, a kilómetros de distancia otros. Saltando en el estadio más imponente del Brasil o en una esquina de nuestra habitación. Chivados, emocionados. Las lágrimas se confunden con el sudor. Palmearemos en el hombro en señal de apoyo a alguien, justo cuando el equipo salga a la cancha. Quizá esa persona está a nuestro lado. O quizá ya no lo está.
¿Te acordás cuando de chico jugabas a la pelota, y en alguna jugada frenética un adulto saltaba con voz moderadora, diciendo que esto no era una final? Bueno… el miércoles es una final.
No nos vengan con series, no hay comparación con ello. La historia más linda la vivimos en el Libertadores de América, jornada tras jornada. ¿Sus protagonistas? Un plantel lleno de hambre de gloria, de sueños y de convicción por el Rey de Copas. ¿Su director? Un tipo que se ganó un rincón en el corazón independentista de aquí a la eternidad. Que nos dio una identidad nuevamente. Lo más importante: Que comprende donde está parado cuando sus dos pies se posan por debajo de la inmensidad del estadio del histórico Independiente.
Y qué lindo sería, ¿no Rojo?