La estética no es la que usualmente se consideraría como protocolar. Los poderes son caseros, meros parches en un disfraz chabacano. El talento no es perceptible y las actitudes son más parecidas a ¡las nuestras! que a un semi-Dios entremezclado entre los mortales. Un antihéroe, dice la Real Academia Española, es un personaje destacado o protagonista de una obra de ficción cuyas características y comportamientos no corresponden a los del héroe tradicional. Hay un personaje en la historia reciente del Club Atlético Independiente que pueden asemejarse a esta descripción.

Ángel Puertas fue… bueno, ¿qué fue exactamente Ángel Puertas? Una especie de actor de reparto de un mercado de pases insulso como lo fue toda la era Claudio Borghi. Todo comenzó cuando el entrenador se dispuso a buscar un sujeto que oficie de libero, y en ese plan sugirió la adquisición de Norberto Araujo, argentino-ecuatoriano símbolo de la Liga Universitaria de Quito. La negociación, sin embargo, se estancó, y la búsqueda de un plan B arrojó el nombre de Puertas, habitué de Huracán de Parque Patricios. Y un día amanecimos con el buen Ángel colocándose la casaca roja en su hombro, cruzado de brazos y reposando con los trofeos de nuestro conjunto a sus espaldas. Y de alguna forma, de alguna extraña manera, surgió una empatía. Porque Puertas, con su pelo largo a medio atar y su ronco porte más digno de alguna trasnoche de picada y truco, se parecía a nosotros. No tenía cuerpo de fisicoculturista y su procedencia era sencilla. Hasta sospechamos, por un segundo, que era un delirante de la popular infiltrado, cual héroe rompedor de estructuras. Nacía una leyenda.

¿Nacía una leyenda? Bueno, no exactamente. Quizá, simplemente por un tiempo, tuvimos a nuestro antihéroe, revoleando su colita de caballo en cada trote interrumpido que desarrolló en sus 7 partidos en Independiente. Escasísimo número si tenemos en cuenta que Puertas estuvo… ¡dos años! en Avellaneda. ¿Haciendo qué? Siendo Puertas. Estando ahí, como símbolo de que el sistema tiene fugas extrañas. A veces un billonario delirante llega a la presidencia de la primera potencia del mundo, a veces Ángel Puertas aparece vistiendo la camiseta del máximo ganador de Copa Libertadores.

¿Y qué recuerdo nos queda de Ángel Maximiliano Puertas? ¡Pésimo! Porque tiempo después a su partida en 2010, arribó a las narices rojas la noticia de que él embargaba al club por cuatro millones de pesos, alegando una deuda pendiente. ¿Qué clase de postura es esa? Llegar con el mayor de los misterios, desenvolverse en un contexto de bajo nivel general, esconderse en algún rincón de Villa Domínico y, cuando el fin se acerque, reclamar millones. Porque Puertas dejó en claro que jamás será un héroe, sino un antihéroe. Y un antihéroe escupe sobre la honestidad y la tibieza correcta de aquellos superhombres morales. Pero tampoco tiene la malicia digna que lo calificaría como un villano. Y entonces, en su estática, elige un escándalo extraño.

Puertas se encuentra alejado del fútbol profesional hace un tiempo ya, pero no así de Independiente. ¿Su pase sigue en el escritorio de algún administrador del club? Casi. Hasta mediados del 2016, la institución continuaba costeando cuotas pertenecientes a su deuda. Una década después a su particular estadía, el vínculo aún se mantiene. Aunque sea de forma inexplicable.

¿Cuál es la lección? No hay lección. Todavía estamos en el modo resaca respecto al Caso Ángel Puertas, como cuando te despertás tras una noche de descontrol, y las lagañas en tus ojos y la jaqueca en tu cabeza te impiden recordar que pasó exactamente. Sólo recordás a un simpático hombrecito vistiendo la casaca de tu equipo.

 

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